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Entre Ticul y Tekit, la ruta del sacrificio

Actualizado: 18 ene

Después de más de dos meses sin escribir, encuentro al fin las palabras para contar un poco sobre lo que han visto mis ojos. Dos comunidades, un poco de santos y un poco de sacrificio. Así es como inicia la producción de la segunda colección de “Lo que perdura”. Pero primero, un poco de contexto.

 

En Ticul, en el zócalo, se encuentra el Ex Convento y Templo de San Antonio de Padua, construido por la orden franciscana española entre 1553 y 1561 (según algunas fuentes de internet).


Ex Convento y Templo de San Antonio de Padua. Foto de la fachada de costado. Fotografía en film de 35mm.


Detalles de la fachada. Fotografía en film de 35mm.


Yo no sabía que me iba a encontrar con otra iglesia llamada también San Antonio de Padua, casi un año después de haber empezado a gestionar esta marca. A diferencia de la que ya conocía en Ticul, ésta no era roja o imponente. Tampoco tenía los mismos metros cuadrados, era más pequeña. Actualmente está cubierta de una textura negra, posee una fachada escueta, no tiene santos expuestos o visibles al frente. En algún punto la iglesia de Tekit, pudo ser amarilla, pues se percibe apenas este color en la distancia. 


Iglesia - Parroquia de San Antonio de Padua en Tekit. Octubre 2024.


Los que han seguido más de cerca el proyecto han escuchado que yo mencione el nombre de San Antonio como un elemento que me ha inspirado. Porque de alguna forma pienso que unió la primera colección con el capítulo siguiente, pues trazó la nueva ruta de diseño.

 

Se preguntarán ¿por qué éste es el nombre de ambas iglesias en dos localidades distintas?

 

Porque San Antonio de Padua es el mismo santo patrono de ambos municipios. Fue tanta la devoción forzada en su momento que se le erigió no uno, sino varios templos en su nombre a lo largo del estado. Predicador y Doctor por la Iglesia Católica, se cree que San Antonio es el hacedor de milagros y se le suele representar cargando a un niño; también dicen que es el santo de los enamorados y agricultores.

 

Se reproduce su nombre conforme visito otras partes de Yucatán. Aparece como iglesias, capillas, conventos, edificaciones viejas y nuevas que se levantan en su honor en forma de instituciones sacras que provinieron de las ideas del viejo mundo. Lo que un día fue una imposición católica, hoy es parte de nuestro legado mestizo, sigue en pie y rige el ciclo anual de los feligreses. 

 

Es una realidad que los yucatecos hemos sido cobijados por los santos, la religión y la iglesia cristiano-católica. Es una idea con la que muchos podrían no estar de acuerdo según sus preferencias espirituales, pero sí es un hecho que alrededor de estas imponentes catedrales parece desarrollarse la vida de todos los días. Siempre han sido un sitio de convergencia, en donde se mezclan todo tipo de personas por una sola idea, que es la fe. La vida parece desenvolverse conforme se abren y cierran sus puertas, bajo los ventiladores que apenas brindan aire fresco, bajo la mirada fija de las imágenes de santos y las escenas del viejo o el nuevo testamento. 

 

No me consideraría una persona vehementemente religiosa, pero sin duda soy creyente. He tratado de conciliar parte de este proyecto depositando mi fe en algo más grande. También entiendo que las personas con las que he tenido la posibilidad de trabajar lo integran a sus vidas como una prioridad. El rezar, el ir a misa, las fiestas, los gremios, las procesiones; con ello encuentran respuestas, caminos. Comparten y perpetúan las tradiciones que son en sí la vida de las comunidades.

 

En esta nueva fase del proyecto, creando la segunda colección de objetos he recorrido algunas veces la ruta entre Ticul y Tekit, no sólo hilando el pensamiento de las iglesias y los santos, sino también del sacrificio. Pareciese que la idea me llegó de la nada, pero creo que no. Y con estas palabras, deseo honrar lo que se me ha enseñado sobre el sacrificio. 



En la ruta he visto iglesias impresionantes. Una de las que más me ha gustado es la de Nuestra Señora de la Asunción, en Mama, Yucatán.

 

No vengo de una familia de alcurnia, de hecho, inclusive podría decirse que por un lado mis orígenes son humildes, y de otro, son bastante ordinarios. Vengo de un linaje que proviene de casas humildes o casas de puerto; mis padres nacieron en Yucatán y a través de sus diferentes experiencias encontraron sentido en el honor del sacrificio. 

 

Debido a sus vivencias personales entendieron que el sudor tiene una recompensa, y el pedirle a Dios, también. Quizá es por eso que todos los días que se levantan encuentran un por qué del sacrificio y dan gracias que existe, porque eso es lo que les da trabajo, de comer, y los motiva a ser buenos con todo el que se cruzan. Este sacrificio no es malo, algunos podrían pensar que es pesado, y que no trae nada de abundancia. Inclusive creo que yo lo he pensado.

 

Sin embargo, el sacrificio nos enseña a ser honrados en nuestro trabajo, ser merecedores de una remuneración sensata, nos ayuda a entender que somos afortunados en muchas maneras. Aunque parezca ser difícil, el sacrificio nos hace crecer y madurar. Para mí es una carga afortunada, pero estoy consciente que no se ve igual para todos.

 

Lo he visto en los rostros de las personas con las que he trabajado en “Lo que perdura”. Don Sergio y Don Ramón han invertido toda una vida cultivando un saber a través del esfuerzo emocional y físico. Que así como puede empezar a las 4 de la mañana todos los días para continuar los pedidos, puede conllevar mañanas con lluvia durante las cuales es difícil hornear, estar descalzos entre las cenizas colocando su mercancía dentro del horno, piezas rotas, dolor en los dedos de las manos, calor bajo los tinglados en los meses más duros. 





El horno quema las piezas durante 6 horas aproximadamente. Fotografías propias del proceso.

 

En la última visita que realicé, mientras hacían la quema de algunas de las tradicionales piezas para la temporada de muertos, así como pruebas para las nuevas cuentas de “Lo que perdura”, me di cuenta de sus diferentes sacrificios. Por el salto generacional, las actividades que prefieren hacer mientras el horno arde, la información que reciben de internet, los comentarios que hacen, y hasta por los gustos musicales, comprendo que el sacrificio se encarna diferente dependiendo de la persona, aunque sus orígenes sean prácticamente similares.



Don Ramón.


Don Sergio haciendo pruebas.

 

El sacrificio también lo he visto en la sonrisa de doña Irma, que vive en Tekit. Cuando le provee un sustento a su familia, la mayor parte del tiempo, a través de la venta de su comida, y haciendo uno que otro bordado, cuando por suerte Dios se lo manda. Lo veo cuando su nieto juguetón la distrae mientras está sentada en su máquina de coser, y también cuando recuerdo el esfuerzo que ha puesto por sacar nuestro trabajo adelante.

 

La historia del trabajo de doña Irma se dará un poco más adelante.

 

Así es, entre todos estos pensamientos, como recorro la nueva ruta de diseño, entre Ticul y Tekit.

 
 
 

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